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Mostrando entradas de julio, 2016

Con la boca abierta

Hoy he visitado al dentista. Revisión semestral de mis dientes. Me siento en el fatídico sillón mientras aparece una mujer totalmente vestida de color rosa. Pantalones y camisa del mismo rosa de color claro, con una sonrisa en la boca y que me indica que me ponga cómoda y que abra la boca. Y abro la boca. Y ella, la mujer de rosa, empieza a hablar.  ¿Sabes que mi gato ha muerto recientemente de cáncer? Cuando se le diagnosticaron no quise que sufriera y murió al cabo de poco. Al menos pude despedirme de él. Era muy cariñoso. Si, pude despedirme, porque si no se encontraba bien lo mejor era que no sufriera, ¿verdad? Y yo con la boca abierta, sin poder darle mis condolencias ni nada, mientras ella me mira mis dientes y usa débilmente uno de los aparatos de tortura de la consulta del dentista para raspar algo que debe haber encontrado. Oh, y a mis sobrinos les encanta pasar tiempo conmigo, con su tía que vive con gatos. Uno ya se graduó este año e irá a la Universidad de New

Animales en observación

Vivo en uno de los suburbios de Boston. En una de esas calles repletas de casitas con jardín, de vecinos que se saludan con la mano pero que no intiman, de buzones plantados en el césped y que parecen una casita para pequeños animalitos. Dicho lo cual, evidentemente es indispensable el uso de un automóbil para ir a cualquier sitio. Por la mañana, muy tempranito, conduzco mi coche para dirigirme a mi lugar de trabajo. Paso entre hileras interminables de árboles que me saludan con sus ramas repletas de hojas verdes. Circulo por calles curvadas que desembocan en más calles repletas de meandros. Entro dentro de pueblos que están despertando al nuevo día. Y observo a la fauna humana que conforma mi espacio particular, a lado y lado de la carretera: - Animal en observación número 1: El paseador de perros. Dícese de un hombre que pasea dos o tres o cuatro perros a la vez. Oficio muy preciado, puesto que mucha gente tiene un perro en su casa y toda esta gente trabaja todo el día d

Repitiendo

Boston es ciudad de rascacielos en el centro y de casitas con jardín a su alrededor. Casitas como las que todos hemos visto en las películas americanas. Casitas de madera, con césped en la parte de delante y un poquito más de césped en la parte de atrás. Casas de este tipo ocupan, una al lado de la otra, quilómetros y quilómetros de espacio horizontal. Los pueblos alrededor de Boston se solapan. Una casa es de Brookline, por ejemplo, y la de al lado de Brighton, una es de Cambridge y su vecina de Somerville. Las calles y carreteras conectan todo para que las hormiguitas trabajadoras que disponen de casa y jardín entren cada mañana en su coche y se dirijan al centro de Boston, o al pueblo situado a una hora de distancia de su casa, o incluso a dos horas. Todo para llegar a su puesto de trabajo, que es lo que permite a las trabajadoras hormiguitas mantener su jardín con barbacoa incluida. Y al acabar la jornada laboral, todos de vuelta a la casa de sus amores. Dicho esto, lo que quie

Mareando la perdiz

Día de playa. Casi 90º Fahrenheit, con lo cual, decidimos que lo mejor para nuestra salud mental y corporal es pasar un día de playa. Escogemos Ipswich. En una bolsa de playa, ponemos todo lo necesario: - una toalla para cada uno - protector solar - ropa interior - un par de botellas de agua - y ya está. Nos vestimos con nuestros trajes de baño y encima nos cubrimos con ropa playera muy informal, nos calzamos una chancletas (aquí las llaman flip-flops) y andando (es un decir, que estamos a más de una hora de camino en coche), hacia la playa! Llegamos a la playa. Para acceder a la susodicha, ¡cataclán! treinta dólares de nada sólo para aparcar el coche en un inmenso descampado en el que sólo divisas coches cuando giras la cabeza 360 grados. Una vez aparcados, cruzamos andando lo que sería un chiringuito de playa, un sitio donde te sirven comida frugal para pasar el día. La pena es que el chiringuito está a tocar del parking y alejado de la playa, pero qué le vamos a h