En casa intentamos, durante la cena, hablar los cuatro de como ha ido el día. Mi marido acostumbra a preguntar sobre la cosa especial que les ha sucedido a mis peques este día que está terminando, para así empezar una conversación y acabar disfrutando los cuatro. A veces esta estrategia falla y las respuestas son:
1. "Nada."
2. "Lo de siempre."
3. "No me acuerdo."
En los tres casos, lo único válido parece volver a preguntar lo mismo pero el peligro es que te respondan exactamente las respuestas 1, 2 y 3 o variaciones sobre éstas, lo que no deja mucho margen a entablar una conversación a no ser que sea monosilábica y no demasiado larga.
Pero hay veces, en esos días mágicos, donde la luna se posa sobre Mercurio, los astros se conjugan o las hadas salen de sus escondites, en que uno de mis hijos o los dos quieren hablar holgadamente sobre un tema.
Y los mayores aprovechamos este golpe de suerte e intentamos sacar el máximo provecho a lo que nuestros hijos puedan contarnos. Y empezamos a preguntar. Y aquí observamos una cosa difícil de entender, un efecto extraordinario:
para contestar, nuestros hijos esperan el turno... ¡con la mano alzada!
Increíble. En la mesa se sientan mal, si estar semilevantado, con un pie en la silla y el otro en el suelo, puede entrar en la definición de estar mal sentado; comen mal, llenándose la boca hasta parecer peces globo o destrozando la comida en el plato hasta que ya está totalmente fría, o persiguiendo a los guisantes y derribándolos hacia el mantel; se ensucian las mangas de las camisetas, puesto que aunque su madre les haya recordado hasta la saciedad que hay una cosa encima de la mesa que se llama servilleta y que sirve para limpiar manos y cara cuando se ensucian debido al acto de comer, ellos prefieren llenar sus camisetas de lamparones aceitosos; pero, para contestar una pregunta ...¡alzan la mano...y esperan su turno! ¡Increíble! ¡Maravilloso!¡Extraordinario!
Así, mi marido o yo damos la palabra a uno de nuestros churumbeles para que responda adecuadamente a la pregunta formulada, mientras el segundo churumbel espera pacientemente su turno, sin quejarse, para dar su respuesta. Y las respuestas tienden a ser largas, para nada monosilábicas, y con una intensidad, una verbalización y una lógica aplastante.
Evidentemente, lo que los padres enseñan a los hijos en relación con el comportamiento en la mesa es a sentarse correctamente, a comer bien y a usar la servilleta. Esto lo interiorizan (espero, deseo), aunque desafortunadamente lo llevan a cabo al cumplir los veinticinco.
Evidentemente, lo que les enseñan en el cole es a levantar la mano para responder alguna de las preguntas que el profesor formula a toda la clase. Y esto lo practican en el colegio y en casa.
Estoy pensando en decir a mis hijos que soy la señorita Rottenmeyer y no su madre, para que así me hagan caso cuando les pido que hagan cualquier actividad relacionada con el orden, la limpieza y el comportamiento en casa.
Bravo !!!!
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