Estos días tengo la inmensa suerte de disfrutar de compañía familiar femenina. Mi madre y mi sobrina mayor de doce años han venido a pasar unos días con nosotros. Y la presencia de mujeres en casa, aparte de la mía, se nota muchísimo. Mi madre usa un aparato que tenía guardado en un armario, y que se llama plancha, para intentar sacar arrugas de unas camisetas que no me preocupa lo más mínimo que estén arrugadas. Mi sobrina se pasa gran parte del día pegada al teléfono, haciendo caso omiso de los gritos de mi madre cuando la avisa para comer, para dormir, para arreglar la habitación...
¡Ay, hogar dulce hogar!
Uno de los mayores gozos de los cuales yo no puedo disfrutar con féminas de mi família es ir de compras de todo aquello innecesario pero que nos deleita la vista aunque no el alma. E ir de compras era una de las cosas primordiales que mi sobrina deseaba hacer en su aventura bostoniana, con lo cual las tres nos hemos dirigido, ni cortas ni perezosas, a nuestra sesión de compras. He podido comprobar que los cambios generacionales se agudizan aún más al practicar el deporte de la compra inútil pero divertida.
Generación joven:
Busca de todo sin una idea fija. Pone en el carrito de la compra cualquier objeto (primordialmente ropa muuuuy femenina) que le gusta por color y por forma. También pone en el carrito otros objetos igualmente innecesarios pero divertidos y multicolores. Duda de todo y pregunta a la generación cuarentona (oséase, a mi), si esto o aquello está bien de precio, o si esto o aquello está en un color más claro o en una forma diferente.
Pasea lánguidamente por los pasadizos, cual princesa de Disney de las de antes y considera que la vida es difícil, puesto que pone en tu horizonte demasiadas cosas "super-chulis" para escoger.
Generación cuarentona:
Me paseo por los pasadizos, buscando primordialmente que mis dos hijos varones no se pierdan, no cojan nada, no rompan nada y no se peleen. Grito el nombre de mi pequeño puesto que no lo veo. Grito a mi mayor puesto que se está peleando con su hermano, al que acabo de encontrar. Me paro en el pasadizo donde hay las cosas de casa, donde encuentro mi pasión secreta: cajas y cajitas de colores donde guardo todos mis tesoros de casa (fotos, dibujos de mis niños, folletos de lugares que hemos visitado...). Cojo una de las cajas; la dejo. Miro alrededor. Busco a mis hijos. Me paro en la sección de cojines....
Mi andar es de pato mareado (quizá incluso de Disney), yendo y viniendo y gritando sin cesar.
Generación mayor:
consiente todos los caprichos de la generación joven, la ayuda a escoger, le presta su apoyo, su sabiduría acumulada durante los años. Va buscando para sí misma artículos determinados y se alegra cuando los encuentra. Pide consejo a la generación cuarentona, aunque tampoco hace caso a nada ni a nadie, puesto que juega con la experiencia adquirida.
Su andar es de hada madrina (de las de Disney de antes, por supuesto), intentando convertir en prendas estupendas cualquier tipo de calabaza.
Conclusión:
Evolución de las mujeres de mi família: al llegar a la pubertad, somos unas princesas Disney de las antiguas, con piel sedosa, carita de ángel y sonrisa maravillosa; después de los cuarenta y con hijos a nuestras espaldas, nos convertimos en patos mareados que vamos de un rincón al otro gritando e intentando evitar que los hijos se pierdan; el momento de la sabiduría nos llega en la edad madura, donde nos convertimos finalmente en hadas madrinas intentando satisfacer deseos incumplidos.
¡Y todo esto lo he descubierto yendo de compras!
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