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Mostrando entradas de marzo, 2018

Celebraciones indiscretas

Ayer vino a casa uno de los amigos de mi hijo mayor, para una playdate. Es decir, básicamente la mamá del amigo te lo entrega un par de horas, y transcurrido ese tiempo, la mamá del amigo viene a recogerlo. Con lo cual, intercambio con esa mujer un hola y un gracias cuando llega el niño, y un adiós y gracias cuando se va. Todo muy cordial y con grandes sonrisas. Durante el tiempo que el niño-amigo está en casa, los niños (propios y extraños), juegan y comen. Ayer se interesaron por el fusball, lo que yo de pequeña llamaba popularmente futbolín. Como les faltaba un jugador, me apunté.  En el equipo blanco, jugaban mi hijo pequeño y el amigo. En el equipo negro, jugábamos mi hijo mayor y yo.  Empieza el juego y la pelota va rodando entre los jugadores de plástico, mientras nuestras manos intentan dirigir a nuestras piezas. El equipo blanco marca un gol. Pelota en juego otra vez, y nos marcan otro gol. Y a la tercera, marco yo un gol. Me alegro como si hubiera ganado la lotería.

Alma de gato peludo

¡A la ducha! Grito a mis pequeños a pleno pulmón. Hora de ducha y acto seguido, cenar en familia.  Pero a mi frase imperativa no le sigue un movimiento de pasos que se dirigen al baño, tampoco escucho el sonido del agua de la ducha. Se escucha un silencio total. ¡A la ducha! Repito, por eso de que a veces aún creo que mis pequeños no han escuchado mis órdenes la primera vez. Paro la oreja. Durante un minuto. Y dos y también tres. Nada de nada, ninguna reacción a mi demanda. Subo a su cuarto y les encuentro sentados mirando un video, o jugando los dos (caso raro) sin peleas, o leyendo cada uno por separado.  ¿Pero que no me habéis escuchado? Venga, duchaos, que estoy acabando la cena. Y de su interior, escucho un Fffffxxxxttttt que me estremece, seguido de un ¡No, mamá, hoy no! Nos peleamos, y al cabo de diez minutos, cuando mi comida ya está quemada y el humo la delata, consigo ganar la batalla "in extremis", y mis dos hijos preadolescentes van con cara de enfad

De vejez, pelos y arrugas

La vejez, ese estadio de la vida donde mis hijos me incluyen, pero donde yo, con mis cuarenta y seis años, aún no me siento identificada. ¡Qué narices voy a estar en la vejez, y menos en el año 2017, donde alguien (seguro que con más de cuarenta tacos), inventó la frase "los cuarenta son los nuevos treinta"! O sea, que me siento de treinta aunque mis pequeños solecitos me etiqueten mal. Vale, de acuerdo, puedo decir que, estéticamente, hay signos de la edad que mi cuerpo notan y que, precisamente, no son de cuerpo de treinta y pocos. Ni de treinta y muchos. Para empezar, mi cabello tiene unas canas apabullantes. Francamente deliciosas y que intento disimular con los dos métodos conocidos hasta la fecha: Método conocido 1 Visita periódica a la peluquería, dónde una mujer de mi edad me pregunta por mi vida sin yo notar el mínimo interés, mientras me va pintando los pelos con poca precisión. El resultado es un pelo sin canas durante un par de días, pero con mucho meno